domingo, 25 de agosto de 2013

Mi enemigo no eres tú, pero no me excluyo a mí.

Pero la cena estaba fría, casi tanto como lo había estado yo durante aquellos interminables meses. La miraba desde el otro lado de la mesa, con los ojos llorosos y un gesto cansado más que evidente en el rostro. Ella mantenía la vista fija en el plato y se mordía el labio inferior mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas.
Me hubiera gustado decirle que ninguna frase perfectamente ordenada aliviaría el dolor de la ausencia que me había dejado en el pecho, pero sabía que de todos modos seguiría rebuscando en su mente los términos más adecuados para expresarse, así que me deshice de la idea de realizar un esfuerzo tan inútil.
Mientras esperaba ansiosa sus palabras recordaba el tacto áspero de la madrugada en su piel cuando ella aún se encontraba tirada sobre la cama, soñando con algo que la realidad jamás podría superar. Yo solía pasar horas mirándola allí tendida, pensando en que tal vez algún día podría darle todo lo que ella quisiera tener sin desvivirme por tener que encontrarlo. Meses más tarde, sumida en la más absoluta soledad, supe que ese momento jamás llegaría.

Levantó la vista del plato y se aclaró la garganta. Soltó sus palabras a una velocidad insólita, como quien debe aprender un discurso que ni siquiera ha analizado sólo para tranquilizar a sus oyentes con unas cuantas frases hechas que al fin y al cabo no servirán de nada. Y ambas sabíamos que de nada servirían esta vez.
La escuchaba como un eco distante de televisión a media voz en la cocina. La estancia se había vuelto febril y apagada, de un gris teñido de tristeza insoportable. Los ojos rojos por el fuego del insomnio de los meses apagados, los labios que ya no sentía que pudieran pronunciar atisbo de palabra para ella y las manos que ya no querían sentir ni tocar nada porque nunca habría nada que pudiera compararse con su cuerpo.
Terminó su discurso con un vago gesto de desesperación que partía su voz en un susurro desgarrado, y sintiendo el nudo de su garganta rompiéndola por dentro, anudé mi voz a mis entrañas y le sonreí habiendo perdido ya toda esperanza.

La vi alzarse ante mi como la tormenta más tremenda que en mi vida haya podido contemplar, y en ese momento supe que preferiría perderme a perderla a ella.



























"Arte es la manera que tuvimos de hablar"

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