La inocencia efímera de dejar la vida pasar. El día a día
abrumador, el humo en sus ojos, sus ojos rojos por el cansancio, tiritando
perdida en un punto de inflexión terrible entre el frío y el miedo.
A menudo se preguntaba cómo, a menudo intentaba escapar.
Escapar de ese agujero infinito y oscuro que asemeja ser la vida cuando todo
por lo que luchas carece de sentido. Se paraba tranquila, respiraba despacio,
sonreía, fumaba. Y la vida la pasaba rápido, la alejaba del camino, la dejaba
sola. Sola una vez más.
Parece que nadie sabe nada cuando ella abre la boca, sellada
por el tiempo, para hablarte de el sin-sentido de sus días, de la decadencia de
su tiempo, del dolor de su pecho y del alma congelada que la quema día a día y
cada noche. Entonces te sientes pequeño escuchando sus palabras, observando
como los vocablos se deslizan en sus labios hasta adentrarse en tu corazón,
hasta partirlo, romperlo, destrozarlo. Y tienes miedo de la soledad, de la
tuya, de la suya. De estar solo aún estando siempre rodeada de gente.
Dice que los miedos del pasado siempre vuelven a hacer que
te retuerzas de dolor en los momentos de alegría, dice que la vida siempre va a
buscar rompernos, que no queda esperanza, que el amor se lo lleva el tiempo y
que los sueños van y vienen con el viento. Dice que nunca ha podido escapar,
que nunca ha sido libre y que la felicidad es un instante frágil que cualquier
golpe podría derribar.
Cuando mira, mira triste. Cuando siente, hace que sientas.
Cuando calla… Cuando calla no hay salida, cuando calla no hay espacio, y los
días se vuelven de un gris tormentoso que nubla tu vista y tu cabeza. Cada
movimiento que hace es un camino, cada amago de sonrisa una esperanza deprimida
a la que querrás agarrarte para poder continuar. Y sus ojos son lo más triste
que jamás alcanzarás a mirar.
El frío que recorre su cuerpo, gélido por las decepciones
diarias que parecen aferrarse a su ánimo habitual, que se introducen dentro de
tu cuerpo, te muerden el alma por dentro, te destruyen, te aniquilan y te crean
una sensación de calidez frígida y estable que asemejas no poder asimilar.
Nada tiene sentido cuando te paras a mirarla pasar,
desvaneciéndose en el tiempo con una simple calada al viento. Tratando de
acercarte a ella, de tocarla y de sentirla hasta un éxtasis y conmoción
infinitos que no llegarás nunca a experimentar. Viviendo de anhelos y recuerdos
quebrados que de nada sirven cuando quieres ocupar el vacío que dejó su lugar
en tu pecho, el lugar que ocupó en cuanto la viste pasar. El lugar que se hizo
en tu corazón, en el fondo más oscuro y miserable, sin tu permiso, sin el
permiso de nadie. Y no podrás vivir sin su silencio, sin los vuestros, sin las
miradas rotas en el autobús, sin los roces casuales en los bares, sin la
sonrisa incómoda y cordial cuando da su primer trago a la cerveza. No podrás,
no querrás. Y cualquier movimiento o escena, cualquier brote perfecto de
caridad y calor se romperá en ti sin culminar, te partirá en mil pedazos y te
verás a ti misma, frente a un espejo, triste y rota en el centro de una ciudad
repleta de miradas que te matan y desprecian. Volverás a recordar que no existe
la vuelta atrás, que el mundo no te va a esperar y que los recuerdos nunca
jamás son para siempre, porque se pierden. Nos perdemos.
"With your feet on the air and your head on the ground,
try this trick and spin it, yeah.
Your head will collapse if there's nothing in it... And you'll ask yourself: where is my mind?" - The Pixies (Where's my mind).
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